16 de mayo de 2009

A mi juicio

-“Con la venia señoría” (qué significará eso), “mi testigo no lo hizo queriendo. Que la mató, sí. Que la violó, sí. Que después se cargó al resto de su familia, sí. Pero no tenía intención de hacerlo”. En medio de mi juicio imaginario, donde los villanos son malos de narices, y los buenos llevan alas en la espalda, una túnica blanca, y nada debajo de ella, todo es mucho más fácil. –“Y el veredicto es: que lo cuelguen” Y listo, asunto zanjado. Si a los seres humanos se nos rasca un poco más de lo necesario se encuentra un fiera, y parece que es normal que a todo el mundo le de por tener una catana en casa para cortar sandías.

Pero cuando no es así, cuando no sabes si estás enfrente del mal o de la desesperación, cuando eres tan miserable porque nunca conocerás lo que sucedió, parece que tu papel como juzgante e informante es básicamente para el jefe no te toque lo que no te tiene que tocar. Las grandes esferas internaciones hablan de la necesidad de tener una nueva regulación: el derecho a la verdad, a clarificar lo que pasó. Pero yo me voy a morir sin saber si el individuo juzgado en cuestión mató a sangre fría, o si la cabeza se le fue a un infierno paralelo de donde nunca volvería. Y estoy contando lo que otros presuponen, suponen o deducen que pasó. Y desde mi duro asiento de espectadora me encojo, miro de reojo a la madre de la víctima, siento que me mareo cuando escucho resultados de autopsias, y vomito mentalmente todas mis miserias y me digo: como yo me vuelva a quejar de mi vida, me parto la cara.

Tipos con túnicas negras pasadas de moda, estrellas de las teles con móviles en la oreja hablando con dios, todo un circo metido en una sala de dos por dos, expectantes, deseando conocer cuántos años se va a pasar ese tipo en la cárcel. Pero cuando llegas a casa, te acuestas al lado de tu pareja y te pregunta: qué tal te ha ido el día cariño, siempre mientes y dices que bien, porque no quieres esparcir la basura sobre los que quieres. Porque de eso se trata, que nunca nadie podrá saber el dolor de una madre al perder a su pequeña. Y a mí duele solo pensarlo. Nunca nadie sabrá lo que le pasa por la cabeza a un asesino. Nunca nadie sabrá lo que ocurrió realmente. Y como no haya nadie ni arriba ni abajo que en un más allá nos juzgue extraterrenalmente, vamos listo. Porque yo de la justicia terrena no me creo nada.